19-10-2006

Autobiografías Musicales con Poesía Ajena. High Fidelity the Movie


Decir que una película es buena sencillamente porque te encantó es triste, sobre todo si el filme en cuestión pasa a ser parte de tus cintas de cabecera, esas que tienen algo de ti en algunos personajes o reflejan de un modo imaginativo alguna experiencia que ha sido parte de tu vida. Hasta el momento no estamos diciendo nada nuevo, pues así hemos devorado nuestras novelas favoritas y eternizado las canciones que nos hacen llorar, así es como es, siempre hay algo de nosotros en lo que queremos.

Para ser sincero me cuesta hablar ocupando la palabra “siempre” o “nunca”, pero me es mas difícil decir indirectamente que entre el melómano y la canción hay una relación de autoafirmación que llega incluso al narcisismo o, es más, ejemplificar aquello diciendo que de ese modo nos enamoramos, encontrando algo de ti en ella, o algo que adolece nuestra precaria existencia y nos impele a explorar los ojos de quien amas buscando la llave al dilema que te mantiene hipnotizado a sus gestos (dedicados a uno mismo los más), esto es, por qué razón no puedes dejar de admirarla.

En la película “Alta Fidelidad” se abordan estos temas que ya varias veces alguno de nosotros ha conversado en la profundidad de la noche con los amigos indispensables que no necesitan explicaciones de tus actos, es una película auto referente narrada por Rob Gordon, un rockero anónimo que decidió vivir de una tienda de discos que sólo satisface su incesante sed coleccionista, quién aún no puede explicar como su vida terminó enredándose por una mujer de profundo encanto y abrumadora seguridad. Obviamente, la explicación habita las infinitas canciones que su cabeza reorganiza constantemente y cuentan la historia personal de un hombre de palabras parcas y oído agudo.

Es en este momento cuando el film nos propone una suerte de hipótesis de trabajo o bitácora de viaje: el significado de la brutal expansión de la música popular desde que la juventud se abre como mercado cautivo a la industria fonográfica en la segunda mitad del siglo XX, es que las canciones proporcionan una mitología personal sobre el sentido de nuestras vidas, a través de relatos simples y directos, escritos por ciudadanos de a pié que plasman sus desesperanzas en líneas melódicas de 3 a 4 minutos, donde el factor determinante de la creación no es la inspiración docta sino el desafío de congelar un estado de ánimo mediante un sonsonete familiar, que altere el cuerpo y nos impela a movernos, sino para llorar, a lo menos para subir y bajar el pie al ritmo sempiterno de los cuatro cuartos. Es el rock and roll el Mithos del adolescente de la post guerra y está llamado conformar una memoria común de sinsabores juveniles abierta a todos quienes estén dispuestos a explorarse, y encontrar en una canción el alivio del día a día.

No quisiera exagerar la nota y llegar a plantear una suerte de mesianismo en un film de hora y media, para nada, solo digo que la canción se hace poderosa y se muestra autobiográfica en la vida de Rob, el arquetipo de persona que busca en poesía ajena el reflejo musical de la realidad de los hechos cotidianos, que absorbe cada surco en el vinilo para conversar con un amigo lejano que sólo sabe dar consejos con una guitarra y que sabe, sin conocerte, exactamente como te sientes, pues sino, no sería capaz de escribir una canción. Es una película que trata de amores. Véanla.

No hay comentarios.: