
Cantaba en la mañana en la micro camino al trabajo y tarareaba en el mediodía por los pasillos, repasaba el coro al entrar al trabajo luego del miserable almuerzo, recordaba lo que imaginaba cuando la escuchaba hace un tanto más que 10 años y no esperaba ya el momento de volver a oirla camino a casa, pues cuando los audífonos se posan en sus orejas, la música sale desde la cabeza hacia el cable y no al revés. Luego de la décima exposición, pudo por fin deducir lo evidente: había dedicado su vida a las mentiras, se ganaba el sueldo incluso contándolas con fervor adolescente cada mañana, a pesar de comprender que los discursos de los héroes históricos en momentos aciagos son ficciones y que las reconstrucciones de los mejores historiadores omiten realidades undamentales, creía cada día en lo que decía sobre todo cuando los ojos de los oyentes brillaban de emoción al verlo. Sabía perfectamente que cada hecho, proceso y estructura eran una falacia indecente, que jamás nunca nadie podría encontrar una utilidad al pasado, salvo morir de nostalgia, sin embargo, cada día contaba mentiras, a sabiendas, las contaba con emoción. Mientras recordaba aquella canción.
Liar de Rollins Band... I like it... I feel good... I lie again, and again, and I keep lying... I promise